Visitar al psicólogo es muy habitual hoy en día, contar con un profesional con quien compartir nuestros sentimientos para que éste pueda ayudarnos a mejorar cuando nos vemos envueltos en situaciones difíciles resulta bastante tranquilizador. Aun así, existen algunas personas que todavía muestran ciertas resistencias a pedir ayudar cuando padecen un problema que les genera sufrimiento y, sin embargo, les resulta muy sencillo visitar a otros especialistas de la medicina cuando sufren por alguna dolencia física.
En ocasiones, uno de los motivos que explica este hecho, es que hay personas que cuando están pasando por una situación complicada que les afecta a nivel emocional consideran que son más valientes y fuertes si mantienen su problema en silencio y lo tratan de solucionar por sí mismos. Otro motivo que frena a algunas personas a compartir su situación personal con un profesional de la salud mental puede ser la creencia negativa a imaginar que el psicólogo únicamente puede ayudar a “los locos”. Ambas formas de pensar originan más consecuencias negativas que positivas, ya que, en muchas ocasiones no disponemos de los recursos o estrategias necesarias para hacer frente a lo que nos sucede y lo que conseguimos es prolongar el sufrimiento más tiempo pero a escondidas. No pedir ayuda no significa que no la necesitemos, quizás es hora de darle la vuelta a la moneda y empezar a ver el hecho de solicitar el apoyo profesional como un gesto de atrevimiento y astucia.
La salud mental es tan importante como la salud física, ya que si emocionalmente no nos encontramos a gusto y no nos cuidamos podemos producir cambios en nuestro organismo que nos afecta negativamente. En ocasiones, nuestro cuerpo puede debilitarse y puede ser más propenso a padecer algunas enfermedades a causa del sufrimiento psicológico que hemos padecido durante algunas etapas de nuestra vida. Un ejemplo de esto puede ser cuando nos encontramos durante mucho tiempo sometidos a un periodo de estrés elevado, en estas situaciones el sistema inmune suele verse alterado por los niveles altos de cortisol en sangre, lo que puede provocar que seamos más vulnerables a contraer determinados problemas médicos.
Muchas veces nos encontramos más irascibles, susceptibles, con cambios repentinos de humor, menos energía, apatía o desgana, problemas de sueño, alteraciones en el apetito, etc. Existen muchos síntomas que sirven como señal de alarma para avisarnos de que algo en nosotros mismos no va bien. Estos síntomas pueden variar de una persona a otra, incluso la misma persona puede tener diferentes respuestas fisiológicas dependiendo del momento en el que se encuentre. Los cambios en el organismo pueden darnos pistas de que es hora de pedir ayuda.
El psicólogo no puede modificar un hecho en sí que ya ha sucedido, pero si puede dotar a la persona de estrategias para que haga frente a esa situación que le hace daño de la manera más adaptativa posible, para que cambie todo lo que esté en sus manos cuando no sabe cómo hacerlo. El hecho de que la persona disponga de más recursos para enfrentarse a su situación puede ayudarle o bien a resolver el problema o bien a vivirlo desde una perspectiva distinta a la inicial que le genere menos dolor.
Cada uno tiene su propia personalidad que se ha ido consolidando desde la infancia debido a factores hereditarios y experiencias vividas. Cuando un paciente acude al psicólogo no termina por convertirse en una persona distinta, sigue siendo el mismo o la misma de siempre pero habiendo trabajado algunos aspectos de su forma de ser o de actuar que le generaban problemas (por ejemplo: formas automática de pensar o interpretar situaciones, estilos de comunicación, manejo de emociones desagradables…) Por lo tanto, ir al psicólogo sólo nos ayuda a encontrarnos más satisfechos con nosotros mismos.
En la primera cita, se establece la primera toma de contacto, normalmente se trata de una sesión semiestructurada que permite que la persona pueda contar su motivo de consulta además de la información que estime oportuna. Digamos que se trata de una sesión flexible que le brinda más libertad al paciente para que manifieste lo que necesite. Muchas veces se realizan preguntas específicas para conocer un poco mejor el tema a tratar. Desde este momento el psicólogo puede dar alguna indicación.
La primera fase es la de evaluación, empieza desde la primera cita y está compuesta por una entrevista y algunos tests psicométricos. Esta etapa de valoración es importante para que el profesional pueda obtener un diagnóstico y pueda darle una explicación a la persona sobre lo que le ocurre.
La segunda fase es la de intervención o tratamiento, en la que se pone en práctica ejercicios, diálogo o técnicas psicoterapéuticas que le ayuden al paciente a sentirse más a gusto consigo mismo. Muchas veces se recomiendan ciertas tareas para que el paciente las ponga en práctica en su día a día.
A medida que la persona vaya sintiéndose mejor, las sesiones pueden espaciarse en el tiempo para ir extinguiendo poco a poco la ayuda del profesional. Esta sería la última fase, la de seguimiento. Lo que se pretende en esta etapa es proporcionarle al paciente una mayor seguridad a la hora de poner en práctica lo trabajado sin que note la ausencia del psicólogo drásticamente.
Realmente no se puede hablar de un número concreto de sesiones. Cada persona es distinta e influyen muchos aspectos en el proceso de recuperación, por ejemplo, el grado de implicación y participación del individuo durante las sesiones y fuera de ellas, el tipo de problema y el nivel de gravedad, si la terapia sigue una continuidad o se producen algunas interrupciones en el tiempo… De todas formas, el psicólogo tras haber valorado la situación concreta del paciente puede compartir con éste su impresión clínica y puede informarle sobre el procedimiento a seguir. Consulta a tu psicólogo en Marbella.
Verónica Villalba
Unidad Psicología
HC Marbella International Hospital
mayo 16, 2017
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